2018: Pescadores en Ciénaga de la Rinconada.
Courtesy of Diana Bocarejo.
La vida en el río Magdalena abarca una diversidad de habitantes con conflictos variables. A lo largo de la historia, las intervenciones del estado han desatendido las comunidades ribereñas y, con ellas, sus animales, suelos y plantas. Hoy en día, los pueblos ribereños enfrentan cambios en las rutas migratorias de peces, inundaciones, escasez de alimentos, y contaminación, entre otros.
Los gobiernos han privilegiado a lo largo del tiempo actividades distintas a aquellas de larga historia entre las comunidades ribereñas, como la pesca. En el siglo XVII, fueron los proyectos de navegabilidad; desde principios del siglo XX, son principalmente las presas hidroeléctricas y el transporte de petróleo. Otras actividades como la minería, que contamina el agua con químicos tóxicos, han causado un impacto tremendo.
Pero hay esperanza en el horizonte. Personas que trabajan en la pesca, en el gobierno local y en la investigación diseñan mecanismos para lograr la corresponsabilidad en cuanto a la carga desigual generada por las compañías de extracción, el estado y la industria pesquera. Está en marcha una búsqueda por crear vínculos entre la justicia social y la justicia ambiental.








Our Point of View
El río Magdalena es la arteria fluvial de Colombia: un río con muchas vidas y esperanzas que en su camino al mar atraviesa 1.528 kilómetros de páramos, bosques húmedos y bosques secos. Nos han enseñado que es nuestro río natal, un lugar de diversidad humana/natural. Los pescadores compartieron que sus “aguas vivas” dan sustento a vidas enmarañadas como las suyas. Pero sus vidas se ven interrumpidas y silenciadas por la ambición y la negligencia del llamado “desarrollo”. La búsqueda de la justicia implica contemplar ecologías de abundancia y ecologías del miedo —y las estaciones de sequía más largas de hoy en día, menos peces, una contaminación creciente, inundaciones y sequías extremas y una infraestructura en deterioro.
—Universidad de los Andes y Universidad del Rosario
Si me preguntan si el río Magdalena me ha hecho daño, diría que sí. Pero no porque el río sea malo, sino porque necesita una Nación. Los pueblos ribereños siempre son los más afectados. Cuando hay inundaciones, sequías o mortandad de peces, el estado casi ni presta atención. Con frecuencia nos hacen responsables porque vivimos junto al río, a pesar de que el mayor daño lo causan las presas hidroeléctricas, la agroindustria y la ganadería extensiva. Tenemos esperanza en este momento urgente. Defender el río es defensa propia: el río es nuestra vida.
—Asopein, Asopesarhon, Asopesca, Asapevema, Asopestol, Fuentemar, Famipez, Fepescarmar y otras comunidades ribereñas